¿Qué podía una hacer para
conseguir que algo mágico le ocurriera? Eso pensaba cada vez que miraba aquel
papelito que para ella un documento sagrado y que la mayoría del tiempo llevaba
consigo o mantenía muy cerca, porque la hacía sentir mejor.
Acariciaba el plástico que lo
protegía, y miraba esas palabras, que eran promesa, contrato, pero también
poesía mágica; un conjuro decidido a cumplirse por mucho que la realidad
opusiera resistencia.
Aún lo pensaba aunque ya era
mayorcita, aunque hubieran pasado ya más 30 años desde aquel día. Tenía seis
años. Estaba en el parque, como tantas otras tardes, pero esta vez apenas
jugaba, algo atraía su atención. Una señora a la que no recordaba haber visto
antes estaba sentada en uno de los bancos. Le parecía muy mayor, más incluso
que su abuela. Tenía un rostro sereno y bonachón. Pero a su rostro soló lo miró
un instante; fue a sus zapatos los que no dejaba de observar. Unos zapatos que
brillaban. Unos zapatos de rojo intenso, con diamantes. Bien, quizá no fueran
diamantes pero para una niña de seis años…Se acercó a esos zapatos. Le siguió
su madre. “No molestes a esa señora”. “No, descuide no me molesta. ¿Te gustan
mis zapatos, pequeña? “¿Son mágicos?” Preguntó la niña mirándolos, abriendo
como nunca sus grandes ojos. “Sí claro, lo son, si crees que lo son”. ¿Te gustaría llevar estos zapatos?...Pero aún
eres muy niña. Mira hacemos una cosa. Yo te prometo que algún los tendrás. Cuando
te los puedas poner. Y no sólo lo prometo. Porque lo dicho de palabra…ya lo
aprenderás. Mejor lo dejamos escrito.” Y redactó esa promesa: los zapatos
serían suyos en un futuro si esa niña se portaba bien. Hizo dos copias, una
para ella y otra para la futura propietaria, y ambos firmaron. “Susana” ese era
el nombre escrito con insegura letra infantil. El otro nombre no se podía
descifrar, pero la rúbrica era tan hermosa como misteriosa. Y debajo de las
firmas un sello. La señora-hada lo sacó de su bolso y lo estampó en las dos
copias, apoyándolas en el banco.
Susana nunca más lo volvió a ver.
No por ello pensó que, sólo conociendo su nombre de pila, era imposible que la
señora pudiera hacérselos llegar en un futuro. No. Era una niña. La
desaparición aumentó la fantasía del encuentro. Fue tal el impacto de ese
momento, que decidió, con toda la firmeza de la que entonces era capaz, que se
comportaría bien hasta que llegara el momento de recibir los zapatos.
¿Pero que significaba comportarse
bien? Al principio era lo mismo que ganarse los regalos de los Reyes. Pero
según fue creciendo empezó a pensar que para merecer una recompensa mágica no
valía con ser correcta y obediente, lo que por otra parte era muy aburrido. Tenía
que hacer algo importante y noble. Ayudar a los buenos luchando contra los malos.
No en combate físico porque ahí tenía las de perder. Debía aprovechar que
estudiar no le suponía demasiado esfuerzo. Pelearía contra la injusticia y los
abusos siendo la mejor abogada del mundo.
Y así lo hizo. Es cuestionable
que sea la mejor, pero se convirtió en una muy buena abogada. Siempre defiende
a los que más lo necesitan los más débiles, a los que menos recursos tienen y se
pone en frente de gigantes sin corazón. No se ha hecho rica, claro, y sufre con
cierta frecuencia dolorosas derrotas, inevitable.
Después de esas derrotas, después
de haber visto con claridad cómo funciona el mundo, es difícil seguir teniendo
fe en la magia. Es difícil, pero la ilusión es tan bonita que aún no renuncia a
que un día los zapatos aparezcan, de forma maravillosa e inexplicable, delante
de su puerta.
De lo que no hay duda es de que esos
zapatos, y la sellada promesa de que un día serían suyos, han tenido en ella un
gran poder, mágico o no. Influyeron con gran fuerza en lo que decidió ser de
adulta, y aún mantienen su influjo. Porque la profunda emoción que siente al
pensar en algo tan bello, tan simple y tan puro , le da el impulso, el ánimo,
para seguir esforzándose, para seguir tratando de alcanzar momentos hermosos, aunque
sean breves, para seguir luchando por victorias, aunque sean pequeñas y
frágiles.
Puede que la magia no pueda
imponerse por sí sola, ¿pero y si la ayuda un poco?… Leyó un día que gracias a Facebook
dos hermanos gemelos, separados al nacer, se habían reencontrado. Escaneo el
papel tan preciado, y puso la imagen en su perfil, contando brevemente aquel
fantástico pacto, pidiendo a todo el mundo que compartiera esa publicación y
dejando una dirección de correo de contacto. La señora que lo firmó, mortal
sino era verdaderamente un hada, ya no estaría. Pero quizá alguien conservaría
la otra copia, y si era así también tendría los zapatos.
En sus años de peleas había
ayudado a mucha gente, y sino muchos amigos, sí que tenía un buen número de
contactos dispuestos a hacerla un pequeño favor. Los amigos de sus amigos, bien
fuera porque simpatizaron con la historia, o por formar parte de algo, también
compartieron la imagen. Y así llegó a cientos de miles en pocos días.
Recibió muchos mensajes de
supuestos poseedores de los zapatos, pero descubrió pronto que todos eran
falsos. Por precaución, publico una imagen incompleta de su papel. No se veía
en ella el sello, y le bastaban unas pocas preguntas para desenmascarar a
bromistas e idiotas.
“Hola Susana:
¡Qué magnífica idea has tenido!
No creía que fuera posible encontrarte hasta que alguien me envío lo que
pusiste en el Facebook.
Mi querida abuela Patricia murió
hace 7 años. Aunque lúcida hasta el final, con más de 90 años era normal que su
memoria fallara un poco. Pero a ti te recordaba a la perfección. Me encargó la
misión de buscarte y darte los zapatos. Y no sólo me lo dijo de palabra,
también lo dejó escrito en su testamento.
Siempre cuidó con gran mimo esos
zapatos. Los apreciaba mucho. Me decía que cuando el mundo le parecía demasiado
gris, triste, esos zapatos lo
transformaban todo.
Veo que no has mostrado el sello.
Imagino que para evitar engaños. Mi abuela ponía ese sello en los libros que le
habían gustado mucho, y luego los regalaba. Yo aún conservo alguno de esos
libros.
Estoy deseando poder cumplir el
encargo de mi abuela e imagino que tú también estarás ansiosa de recibir tu
legado.
Viajaré lo antes posible a tú
ciudad.
Hasta entonces, Marcos”.
Marcos tocó el timbre del piso de
Susana tres días después de ese correo. Al abrir la puerta ambos se mostraron
sus copias selladas. El entró y antes de decirla nada le entregó la caja.
Ella la abrió. Se quedó mirando
los zapatos, pensando, dudando. Marcos le animó a actuar. “Vamos pruébatelos”.
Nerviosa, intentó ponérselos. Con
alguna dificultad, pero…¡sí! Su pie entraba y encajaba bastante bien. Susana y
Marcos se sonrieron; él dijo: “Cenicienta, por fin te he encontrado”.