lunes, 13 de abril de 2015

El sueño permanece en mi piel

“Anda, si es una torre Eiffel”. “Sí, la chica tuvo una temporada muy alocada. Menos mal que se serenó”. Marta les oía, ellos no trataban tampoco de evitarlo. No eran sus peores clientes ni mucho menos, y estaba acostumbrada a comentarios mucho más fuertes. Sobre cualquier tema, incluido, por supuesto, ella misma. Pero ese comentario le había dado rabia. Hacía mucho que no había oído hablar de su tatuaje, del que sólo se veía un poco, la base de esa maravilla del mundo, la parte descubierta entre el final de su vaquero y sus zapatos gastados.
Se serenó. Se le pasó la locura decían. ¿Sería cierto? ¿Se pasó? ¿Y en cualquier caso, era inicialmente una locura?
Se hizo el tatuaje con 18 años, después de haberse matriculado en una pequeña universidad, que para ella era esa tierra llamada libertad. Era soñadora, tenía muchísima energía y también muchísima insatisfacción, pero ¿loca? No. Tal vez para la manera de pensar de ese pequeño pueblo, el suyo, en el que siempre había vivido.
Ya antes del tatuaje se hablaba mal de ella en el pueblo. Sus gustos, su manera de vestir, sus uñas pintadas de extraños colores, sus planes para el futuro…Y eso que, al menos para ella, su comportamiento fue de lo más moderado, y que era una estudiante ejemplar. Pero llamaba la atención, eso tenía que aceptarlo, como lo haría cualquiera que se moviese en un lugar en el que todos los demás permanecieran estáticos.
Cuando ese mismo verano ocurrió aquello…ahora no lo quiere llamar error, pero entonces…que horror…la gente parecía complacida, porque aquella reafirmaba su idea de que era una chica alocada, y un tanto…ligera. Evidentemente nadie, salvo sus padres, ellos sí, creyó que fuera el improbable resultado de un descuido. No, su embarazo, tan joven, tan soltera, era “algo que se veía venir”.
Desde luego ella no lo esperaba. Y ahí terminaron todos sus planes y proyectos. No pudo iniciar la carrera de Derecho, en la que, estaba seguro, iba a empezar a convertirse en una maravillosa abogada. Terminó la vida que ella se había propuesto tener y comenzó la vida que otros esperaban que tuviera.
Se casó con ese chico del pueblo que siempre le había gustado y que la adoraba, al que nunca llegó a considerar su novio, pero que era su compañía preferida, la mejor posible, en ese pueblo. Se casó con un buen hombre que no deseaba otra vida que no fuera la que ahora tenía.
Fue madre, y para ella fue maravilloso serlo y continuaba siéndolo. Y a veces cuando volvía a casa y estaban en familia, en su pequeño mundo, se sentía muy bien y no echaba nada de menos. Pero otras veces sí. Otras veces ese mundo era demasiado pequeño, insuficiente.
Los clientes se equivocaban, aún seguía estando loca, si es que eso era locura. Puede ser porque esa vida no había sido elegida, puede ser porque aún seguían muy vivos esos proyectos construidos con tanta pasión y tanto detalle durante años.
¿Pero cómo vivir esos sueños? Sola no, desde luego, no sin su hijo aún tan pequeño. ¿Vivirlo en familia? Imposible convencer a su marido. Imposible por su prudencia y su falta de ambición, e imposible también porque ni ella misma podía convencerse. Era asumir riesgos que a ella no le importaba correr pero a los que no podía arrastrar a otros. Lo que para ella sola serían aventuras, con su hijo serían amenazas.
No, no, podía vivirlas. No ha dejado de ser soñadora, pero es madre, y eso la hace más prudente. No podía vivirlas…ahora. Pero tampoco quería renunciar a esos sueños. Los necesitaba. Necesitaba poder creer que su vida dedicada a ser madre, camarera, y, a ratos, esposa, era temporal. Siendo así podía disfrutarla. Y algún día llegaría otra, en un hermoso y muy lejano lugar, en el que sería madre de un hijo que no la necesitaría tanto, quizá camarera pero en un precioso café, quizá esposa si él estaba dispuesto a seguirla, pero también podría ser Marta, sentirse, de nuevo, Marta.
De momento, esta noche como otras muchas, cuando su hijo y su marido estuvieran durmiendo, ella serviría una copa de vino, no muy bueno pero suficiente para contribuir a la ilusión, dejaría al descubierto su tatuaje, y se pondría en su mp3 “Ne Me Quitte Pas”, cantado por Nina Simone. Marta no quiere que Marta la abandone. Quiere mantener de ese modo con ella a la Marta que fue, a la loca si así lo quieren, hasta poder darle una nueva oportunidad. Ella se lo merece.  


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