“Anda, si es una torre Eiffel”. “Sí, la chica tuvo una
temporada muy alocada. Menos mal que se serenó”. Marta les oía, ellos no
trataban tampoco de evitarlo. No eran sus peores clientes ni mucho menos, y
estaba acostumbrada a comentarios mucho más fuertes. Sobre cualquier tema,
incluido, por supuesto, ella misma. Pero ese comentario le había dado rabia.
Hacía mucho que no había oído hablar de su tatuaje, del que sólo se veía un poco,
la base de esa maravilla del mundo, la parte descubierta entre el final de su
vaquero y sus zapatos gastados.
Se serenó. Se le pasó la locura decían. ¿Sería cierto? ¿Se
pasó? ¿Y en cualquier caso, era inicialmente una locura?
Se hizo el tatuaje con 18 años, después de haberse
matriculado en una pequeña universidad, que para ella era esa tierra llamada
libertad. Era soñadora, tenía muchísima energía y también muchísima
insatisfacción, pero ¿loca? No. Tal vez para la manera de pensar de ese pequeño
pueblo, el suyo, en el que siempre había vivido.
Ya antes del tatuaje se hablaba mal de ella en el pueblo.
Sus gustos, su manera de vestir, sus uñas pintadas de extraños colores, sus
planes para el futuro…Y eso que, al menos para ella, su comportamiento fue de
lo más moderado, y que era una estudiante ejemplar. Pero llamaba la atención,
eso tenía que aceptarlo, como lo haría cualquiera que se moviese en un lugar en
el que todos los demás permanecieran estáticos.
Cuando ese mismo verano ocurrió aquello…ahora no lo quiere
llamar error, pero entonces…que horror…la gente parecía complacida, porque
aquella reafirmaba su idea de que era una chica alocada, y un tanto…ligera. Evidentemente
nadie, salvo sus padres, ellos sí, creyó que fuera el improbable resultado de
un descuido. No, su embarazo, tan joven, tan soltera, era “algo que se veía
venir”.
Desde luego ella no lo esperaba. Y ahí terminaron todos sus
planes y proyectos. No pudo iniciar la carrera de Derecho, en la que, estaba
seguro, iba a empezar a convertirse en una maravillosa abogada. Terminó la vida
que ella se había propuesto tener y comenzó la vida que otros esperaban que
tuviera.
Se casó con ese chico del pueblo que siempre le había
gustado y que la adoraba, al que nunca llegó a considerar su novio, pero que
era su compañía preferida, la mejor posible, en ese pueblo. Se casó con un buen
hombre que no deseaba otra vida que no fuera la que ahora tenía.
Fue madre, y para ella fue maravilloso serlo y continuaba siéndolo.
Y a veces cuando volvía a casa y estaban en familia, en su pequeño mundo, se
sentía muy bien y no echaba nada de menos. Pero otras veces sí. Otras veces ese
mundo era demasiado pequeño, insuficiente.
Los clientes se equivocaban, aún seguía estando loca, si es
que eso era locura. Puede ser porque esa vida no había sido elegida, puede ser
porque aún seguían muy vivos esos proyectos construidos con tanta pasión y
tanto detalle durante años.
¿Pero cómo vivir esos sueños? Sola no, desde luego, no sin
su hijo aún tan pequeño. ¿Vivirlo en familia? Imposible convencer a su marido.
Imposible por su prudencia y su falta de ambición, e imposible también porque
ni ella misma podía convencerse. Era asumir riesgos que a ella no le importaba
correr pero a los que no podía arrastrar a otros. Lo que para ella sola serían
aventuras, con su hijo serían amenazas.
No, no, podía vivirlas. No ha dejado de ser soñadora, pero
es madre, y eso la hace más prudente. No podía vivirlas…ahora. Pero tampoco
quería renunciar a esos sueños. Los necesitaba. Necesitaba poder creer que su
vida dedicada a ser madre, camarera, y, a ratos, esposa, era temporal. Siendo
así podía disfrutarla. Y algún día llegaría otra, en un hermoso y muy lejano
lugar, en el que sería madre de un hijo que no la necesitaría tanto, quizá
camarera pero en un precioso café, quizá esposa si él estaba dispuesto a
seguirla, pero también podría ser Marta, sentirse, de nuevo, Marta.
De momento, esta noche como otras muchas, cuando su hijo y
su marido estuvieran durmiendo, ella serviría una copa de vino, no muy bueno
pero suficiente para contribuir a la ilusión, dejaría al descubierto su
tatuaje, y se pondría en su mp3 “Ne Me Quitte Pas”, cantado por Nina Simone. Marta
no quiere que Marta la abandone. Quiere mantener de ese modo con ella a la Marta
que fue, a la loca si así lo quieren, hasta poder darle una nueva oportunidad.
Ella se lo merece.
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