¿De dónde nace su inspiración?
Cuando me hacen esa pregunta
suelo hablar de libros, de una infancia en la que dediqué mucho tiempo a la
lectura. Pero a ti te voy a contar toda la verdad: mi imaginación se desarrolló
gracias a una prohibición.
Recuerdo que estaba muy asustado
la primera vez que fui allí. No sé si tanto como mi madre. Su hijo, su único
hijo. Cuanto le costó aceptar que me fuera ese verano con mis abuelos, los
padres de mi padre, al pueblo. Yo apenas los conocía, y no tenía ni idea de cómo
sería mi vida allí. Tímido y acostumbrado como estaba a la sobreprotección,
sentía miedo en cuanto salía de mi cuarto.
Fue el verano de la libertad. De
la libertad forzada, porque mis abuelos no me permitieron permanecer en la
seguridad de una habitación. Me obligaron a estar en las calles, en la plaza,
en el monte, en el río. A estar con animales, incluso con los más peligrosos:
los chicos del pueblo. Muy distintos a mí pero me acogieron muy rápido como uno
más, quizá porque necesitan un nuevo fichaje y no tenían mucho donde elegir. En
ese verano, mi cara fue cambiando del susto a la alegría. Aprendí a ver el
mundo como un lugar para disfrutar, no para temer.
Sólo una prohibición. “¡No abras
esa puerta! Nunca.” me dijeron muy serios. No me dieron explicaciones, y yo no
las pedí. Sería un almacén donde guardaban herramientas, alguna peligrosa,
pensé. En ese primer verano, no le di más vueltas. Durante el día estaba
demasiado ocupado con los juegos con amigos o las expediciones en solitario. Si
estaba por casa mis abuelos me hacían ayudarles con alguna tarea o me pedían
que les tocara la guitarra. Por las noches, estaba tan cansado cuando me
acostaba, que no tenía tiempo de pensar antes de dormirme.
Fue a mi vuelta en la ciudad,
cuando empecé a planteármelo. Allí dedicaba tiempo a mis libros y a la música,
pero después de aquel verano eso no bastaba para sentirme bien, para no tener
momentos en los que mi vida me pareciera aburrida, insípida. Entonces recordaba
la diversión y la aventura del pueblo. Y también la puerta. parecían
considerarme suficientemente mayor y responsable para que me cuidara y evitara los
peligros. Imponer algo de manera tan tajante y sin dar explicaciones no
armonizaba con el resto del comportamiento de mis abuelos. ¿Para qué no me
hiciera daño? No lo creía; parecían considerarme suficientemente mayor y
responsable para que me cuidara y evitara por mí mismo los peligros. Siendo un
niño, es normal que empezara a plantearme posibilidades llenas de fantasía. Dependiendo
de mi ánimo, o de lo que me hubiera ocurrido en el día, esas fantasías estaban
llenas de encanto y alegría, o de monstruos y amenazas. Mi mundo más allá de
esa puerta se fue haciendo cada vez más grande y más rico, y con cada vivencia,
cada libro que leía o película que veía, lo iba agrandando, y, por afectos o
temores, se iba llenando de personajes. Pronto ese mundo empezó a salir de mi
cabeza; llenaba cuadernos con dibujos y pequeños relatos. Pero fue mucho años después
cuando ese mundo privado comenzó a hacerse público.
Volví varios veranos más al pueblo.
Nunca intente abrir esa puerta. Primero por temor; me quedaba delante de ella,
mirándola, y siempre se me hacía más presente los peligros que podía suponer
abrirla que las maravillas que podría encontrar detrás. Cuando me hice un poco
más mayor, y un poco más realista, creo que perdí ese miedo o gran parte.. Lo
único que me habían pedido. Claro, todo podía ser una broma que me gastaban…si
era así, que la siguieran disfrutando. Yo también la disfrutaba: el misterio de
esa puerta añadía al pueblo magia y picante. Que no se entere mi madre, pero
durante esos veranos ni por un instante deseaba estar en otro lugar.
Diez años después de aquel primer
verano, mi abuelo murió, y mi abuela se vino con nosotros. Acompañé a mis
padres al pueblo para recogerla y cerrar esa casa del pueblo. Fue entonces,
mientras ellos estaban ocupados, cuando me planté delante de esa vieja puerta
de madera, y tras dudar un buen rato, y con bastantes nervios, la abrí.