jueves, 22 de febrero de 2018

La chica del ayer


No levanto mucho la vista durante el trayecto en metro. Muy temprano, de casa al trabajo. La concentro en mi kindle, en mi libro de Saer, con su letra pequeña para que me dure más cada página y no tengo que pulsar continuamente. Me aislo en el lenguaje lleno de belleza y sentido. Saco así provecho del tiempo que dura este viaje rutinario y oscuro.
Las pocas veces que la levanto no enuentro nada que atraiga mi interés. Algunas de las caras habituales.  Casi siempre a la misma hora, casi siempre en el mismo vagón. Ahí está la chica que se maquilla. Logra asiento con experimentada habilidad, abre su espejito y procede. Imagino que es alguien que está siempre falta de tiempo, o quizá es un poco perezosa y le gusta apurar al máximo el tiempo en la cama. Lo consigue sin sacrificar su aspecto. Cierto es que sus compañeros de viaje vemos el antes, su cara sin flltros. Pero no somos su público. Es al salir del metro cuando se abre el telón, así que nada  importa que veamos que ocurre en los camerinos. Casi todos los pasaejeros de la mañana aun no hemos empezado oficialmente la jornada, estamos aún en la fase previa del día.
También estaba el hombre dormido. O aparentemente dormido. No ronca y por su aspecto yo apostaría que cuando está de verdad dormido si lo hace. Pero apenas se mueve, mantiene su cabeza echada hacía atrás, apoyada en el cristal y sus ojos permanentemente cerrados.Aunque no llegue a entrar del todo en el reino de los sueños, me sigue asombrando su capacidad para reaccionar justo en el momento oportuno. La entrada en Estrecho coincide con la apertura de ojos. Mucho más meritorio los días en que, como hoy, la voz que anuncia las estaciones permanece callada. ¿Si un día no reaccionse a tiempo debería avisarle? Parece lo correcto, pero espero no tener que hacerlo: me resultaría violento además de decepcionante.
Y poco más que ver en el…¡vaya! ¿Pero no es esa Marta? Al menos es idéntica a como la recuerdo. Un momento…es idéntica a como la recuerdo, a como era la última vez que la vi ¿y cuándo fue eso? Hace mucho…muchos años ¿Veinte ya? Uff, tremendo…Veinte años que han pasado para mí y que también lo han hecho para ella; sólo en mi cabeza permanece igual, inalterada. Uno evita ser consciente de la edad que tiene, pese a que debiera ser evidente, y menos aun  se da cuenta que el tiempo ha pasado también para aquellos que formaron parte de su vida y con los que perdió el contacto hace años.
Marta tendrá mi edad más uno, si sigue endo edad, confío en que sí. Y esta chica tan parecida a ella, o eso me apunta la memoria, tendrá unos 18 creo. Quizá más, no soy muy bueno en esto. A veces, también en el metro, oigo hablar de la universidad a muchachos a los que no echaría más de 16. Y tras escuchar un poco su conversación debo descartar que se trate de prodigios y aceptar el error de mi estimación.
No es probable que me falle la memoria, aunque haya pasado tanto tiempo desde que la vi, que es casi tanto como el que ha pasado desde la última vez que miré una foto suya. Podría ser su hija, pero es poco probable. Tendría que haberla tenido poco después de que rompieramos, y entonces ella no expresaba ningún deseo de tener hijos. Ni entonces, recien licenciados, ni  tampoco en el futuro,  nuestro futuro, cuando lo pensabamos compartido, con esa ingenua creencia en la continuidad de las emociones que se tiene no sólo de joven, pero sobre todo entonces. Pero quién sabe,  pudo cambiar de idea, pudo cambiar de un día para otro. De pronto la maternidad le ilusiona, se la cuenta de otra manera. Quizá por la convincente proposición de alguien que imagina un excelente padre. Es posible. Tampoco yo imagina llegar a convivir con un gato. Le echo de menos. Su dueña lo trajo a casa, y se lo llevó al irse. Lo echo de menos mucho más que a ella. Ese animal sí que sabía entenderme.
No es sólo por sus rasgos, grandes ojos, labios finos…, por los que  la joven del metro me recuerda a Marta; también su intensa energía, el entusiasmo que derrocha. Marta me dio mucha vida, eso es innegable. Grandes momentos. A mí me bastaba con soñar, pero ella necesitaba experimentar. Por supuesto dirigió su entusiasmo, sus ambiciosas expectativas, hacía mí y hacia nuestra relación. Esperaba mucho de mí; era halagador y estimulante, pero también agotador. Me esforcé por ella, mejoré por ella, pero incluso así pensaba que la estaba decepcionando. Finalmente se confirmó: en efecto, la decepcioné. Cuando lo dejamos, cuando me dejó, sentí una liberación. Desapareció la tensión de tener que alcanzar el superyo que era el supertú que estaba en la mente de Marta. Pero desde entonces la he echado mucho en falta, y no ha dejado de ser mi referencia, el modelo con el que comparo y valoro, mi metro de platino iridiado.  
Hasta que no llegue a casa no podré asegurarme de que mi memoria no me falla. Creo que conservo un albúm con fotos de aquella época. No muchas, no había móviles entonces, sólo se capturaban momentos muy especiales: viajes, celebraciones…No había móviles, ni redes sociales…pero ahora sí. Quizá no sea necesario esperar. Es posible que esté en Facebook. No he olvidado sus apellidos, los que buscamos juntos en listas de notas ¡Aquí está! Sí, cómo la recordaba…pero con veinte años más. Sigue guapa. Está sola en la foto, sin niños, ni pareja….me pregunto...No hay más fotos de ella que pueda ver. Esa y una amanecer son las únicas públicas. Tengo curiosidad. No tiene nada de extraña que la solicite amistad. ¿Por qué no? La he recordado y me he dicho qué será de ella. Si acepta mi amistad la puedo escribir un mensaje explicándole lo que ha ocurrido. Creo que le hará gracia. Vaya, me he puesto nervioso.