No levanto mucho la vista durante el trayecto en metro. Muy temprano, de casa al trabajo. La concentro en mi kindle, en mi libro de Saer, con su letra pequeña para que me dure más
cada página y no tengo que pulsar continuamente. Me aislo en el lenguaje lleno de
belleza y sentido. Saco así provecho del tiempo que dura este viaje rutinario y
oscuro.
Las pocas veces que la levanto no enuentro nada que atraiga
mi interés. Algunas de las caras habituales.
Casi siempre a la misma hora, casi siempre en el mismo vagón. Ahí está
la chica que se maquilla. Logra asiento con experimentada habilidad, abre su
espejito y procede. Imagino que es alguien que está siempre falta de tiempo, o
quizá es un poco perezosa y le gusta apurar al máximo el tiempo en la cama. Lo
consigue sin sacrificar su aspecto. Cierto es que sus compañeros de viaje vemos
el antes, su cara sin flltros. Pero no somos su público. Es al salir del metro
cuando se abre el telón, así que nada
importa que veamos que ocurre en los camerinos. Casi todos los
pasaejeros de la mañana aun no hemos empezado oficialmente la jornada, estamos
aún en la fase previa del día.
También estaba el hombre dormido. O aparentemente dormido.
No ronca y por su aspecto yo apostaría que cuando está de verdad dormido si lo
hace. Pero apenas se mueve, mantiene su cabeza echada hacía atrás, apoyada en
el cristal y sus ojos permanentemente cerrados.Aunque no llegue a entrar del
todo en el reino de los sueños, me sigue asombrando su capacidad para
reaccionar justo en el momento oportuno. La entrada en Estrecho coincide con la
apertura de ojos. Mucho más meritorio los días en que, como hoy, la voz que
anuncia las estaciones permanece callada. ¿Si un día no reaccionse a tiempo
debería avisarle? Parece lo correcto, pero espero no tener que hacerlo: me
resultaría violento además de decepcionante.
Y poco más que ver en el…¡vaya! ¿Pero no es esa Marta? Al
menos es idéntica a como la recuerdo. Un momento…es idéntica a como la
recuerdo, a como era la última vez que la vi ¿y cuándo fue eso? Hace mucho…muchos
años ¿Veinte ya? Uff, tremendo…Veinte años que han pasado para mí y que también
lo han hecho para ella; sólo en mi cabeza permanece igual, inalterada. Uno
evita ser consciente de la edad que tiene, pese a que debiera ser evidente, y menos
aun se da cuenta que el tiempo ha pasado
también para aquellos que formaron parte de su vida y con los que perdió el
contacto hace años.
Marta tendrá mi edad más uno, si sigue endo edad, confío en
que sí. Y esta chica tan parecida a ella, o eso me apunta la memoria, tendrá
unos 18 creo. Quizá más, no soy muy bueno en esto. A veces, también en el
metro, oigo hablar de la universidad a muchachos a los que no echaría más de
16. Y tras escuchar un poco su conversación debo descartar que se trate de
prodigios y aceptar el error de mi estimación.
No es probable que me falle la memoria, aunque haya pasado
tanto tiempo desde que la vi, que es casi tanto como el que ha pasado desde la
última vez que miré una foto suya. Podría ser su hija, pero es poco probable.
Tendría que haberla tenido poco después de que rompieramos, y entonces ella no
expresaba ningún deseo de tener hijos. Ni entonces, recien licenciados, ni tampoco en el futuro, nuestro futuro, cuando lo pensabamos
compartido, con esa ingenua creencia en la continuidad de las emociones que se
tiene no sólo de joven, pero sobre todo entonces. Pero quién sabe, pudo cambiar de idea, pudo cambiar de un día
para otro. De pronto la maternidad le ilusiona, se la cuenta de otra manera.
Quizá por la convincente proposición de alguien que imagina un excelente padre.
Es posible. Tampoco yo imagina llegar a convivir con un gato. Le echo de menos.
Su dueña lo trajo a casa, y se lo llevó al irse. Lo echo de menos mucho más que
a ella. Ese animal sí que sabía entenderme.
No es sólo por sus rasgos, grandes ojos, labios finos…, por los
que la joven del metro me recuerda a Marta;
también su intensa energía, el entusiasmo que derrocha. Marta me dio mucha
vida, eso es innegable. Grandes momentos. A mí me bastaba con soñar, pero ella
necesitaba experimentar. Por supuesto dirigió su entusiasmo, sus ambiciosas
expectativas, hacía mí y hacia nuestra relación. Esperaba mucho de mí; era
halagador y estimulante, pero también agotador. Me esforcé por ella, mejoré por
ella, pero incluso así pensaba que la estaba decepcionando. Finalmente se
confirmó: en efecto, la decepcioné. Cuando lo dejamos, cuando me dejó, sentí
una liberación. Desapareció la tensión de tener que alcanzar el superyo que era
el supertú que estaba en la mente de Marta. Pero desde entonces la he echado
mucho en falta, y no ha dejado de ser mi referencia, el modelo con el que
comparo y valoro, mi metro de platino iridiado.
Hasta que no llegue a casa no podré asegurarme de que mi
memoria no me falla. Creo que conservo un albúm con fotos de aquella época. No
muchas, no había móviles entonces, sólo se capturaban momentos muy especiales:
viajes, celebraciones…No había móviles, ni redes sociales…pero ahora sí. Quizá
no sea necesario esperar. Es posible que esté en Facebook. No he olvidado sus
apellidos, los que buscamos juntos en listas de notas ¡Aquí está! Sí, cómo la
recordaba…pero con veinte años más. Sigue guapa. Está sola en la foto, sin
niños, ni pareja….me pregunto...No hay más fotos de ella que pueda ver. Esa y una
amanecer son las únicas públicas. Tengo curiosidad. No tiene nada de extraña
que la solicite amistad. ¿Por qué no? La he recordado y me he dicho qué será de
ella. Si acepta mi amistad la puedo escribir un mensaje explicándole lo que ha
ocurrido. Creo que le hará gracia. Vaya, me he puesto nervioso.