martes, 8 de diciembre de 2020

Sombrero, estatua, invierno, mariposa, Moscú

 

Cuando el tren se fue me quedé quieto, como una estatua, en posición de despedida, con el brazo alzado, el sombrero en la mano. Sin fuerzas ni ganas de moverme.

Ahora, frío, triste, adormilado, sobrevivo tratando de no gastar mi escasa energía. Espero tu vuelta como espera la primavera una mariposa que trata de resistir el invierno en Moscú

lunes, 7 de diciembre de 2020

Más allá de la puerta

 ¿De dónde nace su inspiración?

Cuando me hacen esa pregunta suelo hablar de libros, de una infancia en la que dediqué mucho tiempo a la lectura. Pero a ti te voy a contar toda la verdad: mi imaginación se desarrolló gracias a una prohibición.

Recuerdo que estaba muy asustado la primera vez que fui allí. No sé si tanto como mi madre. Su hijo, su único hijo. Cuanto le costó aceptar que me fuera ese verano con mis abuelos, los padres de mi padre, al pueblo. Yo apenas los conocía, y no tenía ni idea de cómo sería mi vida allí. Tímido y acostumbrado como estaba a la sobreprotección, sentía miedo en cuanto salía de mi cuarto.

Fue el verano de la libertad. De la libertad forzada, porque mis abuelos no me permitieron permanecer en la seguridad de una habitación. Me obligaron a estar en las calles, en la plaza, en el monte, en el río. A estar con animales, incluso con los más peligrosos: los chicos del pueblo. Muy distintos a mí pero me acogieron muy rápido como uno más, quizá porque necesitan un nuevo fichaje y no tenían mucho donde elegir. En ese verano, mi cara fue cambiando del susto a la alegría. Aprendí a ver el mundo como un lugar para disfrutar, no para temer.

Sólo una prohibición. “¡No abras esa puerta! Nunca.” me dijeron muy serios. No me dieron explicaciones, y yo no las pedí. Sería un almacén donde guardaban herramientas, alguna peligrosa, pensé. En ese primer verano, no le di más vueltas. Durante el día estaba demasiado ocupado con los juegos con amigos o las expediciones en solitario. Si estaba por casa mis abuelos me hacían ayudarles con alguna tarea o me pedían que les tocara la guitarra. Por las noches, estaba tan cansado cuando me acostaba, que no tenía tiempo de pensar antes de dormirme.

Fue a mi vuelta en la ciudad, cuando empecé a planteármelo. Allí dedicaba tiempo a mis libros y a la música, pero después de aquel verano eso no bastaba para sentirme bien, para no tener momentos en los que mi vida me pareciera aburrida, insípida. Entonces recordaba la diversión y la aventura del pueblo. Y también la puerta. parecían considerarme suficientemente mayor y responsable para que me cuidara y evitara los peligros. Imponer algo de manera tan tajante y sin dar explicaciones no armonizaba con el resto del comportamiento de mis abuelos. ¿Para qué no me hiciera daño? No lo creía; parecían considerarme suficientemente mayor y responsable para que me cuidara y evitara por mí mismo los peligros. Siendo un niño, es normal que empezara a plantearme posibilidades llenas de fantasía. Dependiendo de mi ánimo, o de lo que me hubiera ocurrido en el día, esas fantasías estaban llenas de encanto y alegría, o de monstruos y amenazas. Mi mundo más allá de esa puerta se fue haciendo cada vez más grande y más rico, y con cada vivencia, cada libro que leía o película que veía, lo iba agrandando, y, por afectos o temores, se iba llenando de personajes. Pronto ese mundo empezó a salir de mi cabeza; llenaba cuadernos con dibujos y pequeños relatos. Pero fue mucho años después cuando ese mundo privado comenzó a hacerse público.

Volví varios veranos más al pueblo. Nunca intente abrir esa puerta. Primero por temor; me quedaba delante de ella, mirándola, y siempre se me hacía más presente los peligros que podía suponer abrirla que las maravillas que podría encontrar detrás. Cuando me hice un poco más mayor, y un poco más realista, creo que perdí ese miedo o gran parte.. Lo único que me habían pedido. Claro, todo podía ser una broma que me gastaban…si era así, que la siguieran disfrutando. Yo también la disfrutaba: el misterio de esa puerta añadía al pueblo magia y picante. Que no se entere mi madre, pero durante esos veranos ni por un instante deseaba estar en otro lugar.

Diez años después de aquel primer verano, mi abuelo murió, y mi abuela se vino con nosotros. Acompañé a mis padres al pueblo para recogerla y cerrar esa casa del pueblo. Fue entonces, mientras ellos estaban ocupados, cuando me planté delante de esa vieja puerta de madera, y tras dudar un buen rato, y con bastantes nervios, la abrí.