sábado, 18 de abril de 2015

La magia prometida

¿Qué podía una hacer para conseguir que algo mágico le ocurriera? Eso pensaba cada vez que miraba aquel papelito que para ella un documento sagrado y que la mayoría del tiempo llevaba consigo o mantenía muy cerca, porque la hacía sentir mejor.
Acariciaba el plástico que lo protegía, y miraba esas palabras, que eran promesa, contrato, pero también poesía mágica; un conjuro decidido a cumplirse por mucho que la realidad opusiera resistencia.
Aún lo pensaba aunque ya era mayorcita, aunque hubieran pasado ya más 30 años desde aquel día. Tenía seis años. Estaba en el parque, como tantas otras tardes, pero esta vez apenas jugaba, algo atraía su atención. Una señora a la que no recordaba haber visto antes estaba sentada en uno de los bancos. Le parecía muy mayor, más incluso que su abuela. Tenía un rostro sereno y bonachón. Pero a su rostro soló lo miró un instante; fue a sus zapatos los que no dejaba de observar. Unos zapatos que brillaban. Unos zapatos de rojo intenso, con diamantes. Bien, quizá no fueran diamantes pero para una niña de seis años…Se acercó a esos zapatos. Le siguió su madre. “No molestes a esa señora”. “No, descuide no me molesta. ¿Te gustan mis zapatos, pequeña? “¿Son mágicos?” Preguntó la niña mirándolos, abriendo como nunca sus grandes ojos. “Sí claro, lo son, si crees que lo son”.  ¿Te gustaría llevar estos zapatos?...Pero aún eres muy niña. Mira hacemos una cosa. Yo te prometo que algún los tendrás. Cuando te los puedas poner. Y no sólo lo prometo. Porque lo dicho de palabra…ya lo aprenderás. Mejor lo dejamos escrito.” Y redactó esa promesa: los zapatos serían suyos en un futuro si esa niña se portaba bien. Hizo dos copias, una para ella y otra para la futura propietaria, y ambos firmaron. “Susana” ese era el nombre escrito con insegura letra infantil. El otro nombre no se podía descifrar, pero la rúbrica era tan hermosa como misteriosa. Y debajo de las firmas un sello. La señora-hada lo sacó de su bolso y lo estampó en las dos copias, apoyándolas en el banco.
Susana nunca más lo volvió a ver. No por ello pensó que, sólo conociendo su nombre de pila, era imposible que la señora pudiera hacérselos llegar en un futuro. No. Era una niña. La desaparición aumentó la fantasía del encuentro. Fue tal el impacto de ese momento, que decidió, con toda la firmeza de la que entonces era capaz, que se comportaría bien hasta que llegara el momento de recibir los zapatos.
¿Pero que significaba comportarse bien? Al principio era lo mismo que ganarse los regalos de los Reyes. Pero según fue creciendo empezó a pensar que para merecer una recompensa mágica no valía con ser correcta y obediente, lo que por otra parte era muy aburrido. Tenía que hacer algo importante y noble. Ayudar a los buenos luchando contra los malos. No en combate físico porque ahí tenía las de perder. Debía aprovechar que estudiar no le suponía demasiado esfuerzo. Pelearía contra la injusticia y los abusos siendo la mejor abogada del mundo.
Y así lo hizo. Es cuestionable que sea la mejor, pero se convirtió en una muy buena abogada. Siempre defiende a los que más lo necesitan los más débiles, a los que menos recursos tienen y se pone en frente de gigantes sin corazón. No se ha hecho rica, claro, y sufre con cierta frecuencia dolorosas derrotas, inevitable.
Después de esas derrotas, después de haber visto con claridad cómo funciona el mundo, es difícil seguir teniendo fe en la magia. Es difícil, pero la ilusión es tan bonita que aún no renuncia a que un día los zapatos aparezcan, de forma maravillosa e inexplicable, delante de su puerta.
De lo que no hay duda es de que esos zapatos, y la sellada promesa de que un día serían suyos, han tenido en ella un gran poder, mágico o no. Influyeron con gran fuerza en lo que decidió ser de adulta, y aún mantienen su influjo. Porque la profunda emoción que siente al pensar en algo tan bello, tan simple y tan puro , le da el impulso, el ánimo, para seguir esforzándose, para seguir tratando de alcanzar momentos hermosos, aunque sean breves, para seguir luchando por victorias, aunque sean pequeñas y frágiles.

Puede que la magia no pueda imponerse por sí sola, ¿pero y si la ayuda un poco?… Leyó un día que gracias a Facebook dos hermanos gemelos, separados al nacer, se habían reencontrado. Escaneo el papel tan preciado, y puso la imagen en su perfil, contando brevemente aquel fantástico pacto, pidiendo a todo el mundo que compartiera esa publicación y dejando una dirección de correo de contacto. La señora que lo firmó, mortal sino era verdaderamente un hada, ya no estaría. Pero quizá alguien conservaría la otra copia, y si era así también tendría los zapatos.
En sus años de peleas había ayudado a mucha gente, y sino muchos amigos, sí que tenía un buen número de contactos dispuestos a hacerla un pequeño favor. Los amigos de sus amigos, bien fuera porque simpatizaron con la historia, o por formar parte de algo, también compartieron la imagen. Y así llegó a cientos de miles en pocos días.
Recibió muchos mensajes de supuestos poseedores de los zapatos, pero descubrió pronto que todos eran falsos. Por precaución, publico una imagen incompleta de su papel. No se veía en ella el sello, y le bastaban unas pocas preguntas para desenmascarar a bromistas e idiotas.
Hasta que un día recibió ese correo enviado desde la cuenta principedebeukelaer72@hotmail.com.
“Hola Susana:
¡Qué magnífica idea has tenido! No creía que fuera posible encontrarte hasta que alguien me envío lo que pusiste en el Facebook.
Mi querida abuela Patricia murió hace 7 años. Aunque lúcida hasta el final, con más de 90 años era normal que su memoria fallara un poco. Pero a ti te recordaba a la perfección. Me encargó la misión de buscarte y darte los zapatos. Y no sólo me lo dijo de palabra, también lo dejó escrito en su testamento.
Siempre cuidó con gran mimo esos zapatos. Los apreciaba mucho. Me decía que cuando el mundo le parecía demasiado  gris, triste, esos zapatos lo transformaban todo.
Veo que no has mostrado el sello. Imagino que para evitar engaños. Mi abuela ponía ese sello en los libros que le habían gustado mucho, y luego los regalaba. Yo aún conservo alguno de esos libros.
Estoy deseando poder cumplir el encargo de mi abuela e imagino que tú también estarás ansiosa de recibir tu legado.
Viajaré lo antes posible a tú ciudad.

Hasta entonces, Marcos”.

Marcos tocó el timbre del piso de Susana tres días después de ese correo. Al abrir la puerta ambos se mostraron sus copias selladas. El entró y antes de decirla nada le entregó la caja.
Ella la abrió. Se quedó mirando los zapatos, pensando, dudando. Marcos le animó a actuar. “Vamos pruébatelos”.
Nerviosa, intentó ponérselos. Con alguna dificultad, pero…¡sí! Su pie entraba y encajaba bastante bien. Susana y Marcos se sonrieron; él dijo: “Cenicienta, por fin te he encontrado”. 

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