domingo, 7 de mayo de 2017

El sabor de los recuerdos

Alicia sonreía mientras removía la mezcla de yemas, chocolate y natilla. Olía muy bien. Sonreía imaginando la carita de Ana, su niña, sonriente y con los morritos manchados de chocolate. Esperaba que le gustara tanto como las otras veces. Habían sido pocas. ¿Era esta la tercera o la cuarta? Y Ana tenía ya nueve años, casi diez… Debía ser así. Podía hacer otras para cumpleaños y demás celebraciones. Pero ésta no. La tarta de chocolate y galletas que hacía su madre, con la receta de la abuela, debía aparecer cada mucho tiempo, inesperada, llegando por sorpresa cuando parecía que no iba a volver. Así conseguía un efecto muy intenso. Al menos una vez más lo volvería a lograr. Ana se está estaba haciendo mayor y pronto incluso esa tarta dejaría de ser mágica. Para Alicia, por desgracia, ya no lo era.
Le seguía gustando mucho claro, le traía muchos recuerdos, pero no era capaz de transportarla plenamente a su niñez, de hacerla sentir lo que sentía la pequeña Alicia. Se suponía que debía ser así, ¿no? Ella había leído a Proust. Si una magdalena podía un pastel debía conseguirlo con mucha más facilidad. Pero quizá Proust mintió. Quizá lo de la magdalena fue un recurso literario, para hacer un flashback muy lucido y detallado. O al menos exageró la capacidad de evocación. Proust tal vez se defendería diciendo que Alicia no era una gran cocinera, lo que era cierto, y que al no conseguir el mismo sabor no se producía la evocación perfecta. Falso respondería Alicia; vale que la cocina no era lo suyo, pero ese pastel lo clavaba, estaba segura.
Su memoria conservaba frescos momentos de su infancia. El colegio, sus primeras amigas, el primer cumpleaños al que le invitaron…Pero los recuerdos del hogar, los recuerdos de familia, aquellos que el pastel debería despertar, no podía recuperarlos. Tampoco podía revivirlos con otros evocadores como música o películas. Sí recordaba. Pero como espectadora de una película. No volvía a ser niña, no disfrutaba de las sensaciones, no había emoción en el recuerdo. Su memoria presentaba frío algo que debía ser cálido, e insípido algunos de los instantes más sabrosos de su vida. Recordaba que habían sido sabrosos, lo sabía sin duda, pero ahora no podía apreciar nada de ese sabor.
¿Por qué? Alicia puso la tarta en el horno, y en la espera recorrió los recuerdos de familia desde esa niñez hasta ahora. Los que aparecían antes, los que estaban en la superficie de la memoria, eran en su mayoría poco agradables.
Su madre, siempre tan pendiente de ella, orgullosa cuando su hija lograba con éxito las metas que para ella eran importantes, la escuela, el violín…pero que no confiaba en el criterio de Alicia o parecía no hacerlo, dando tantos consejos, siempre con el “ten cuidado”, “¿estás segura?” Su madre que ahora le demandaba tanta atención y la reprochaba, más o menos sutilmente, que la visitara tampoco. Era verdad que la visitaba poco. Y eso que a Ana si le gustaba ir al norte y ver a su abuela. Pero Alicia, no se sentía bien en su tierra, en su hogar.
Su hermano, con el que tan poco hablaba ahora. El que era un gran compañero de juegos de niño, pero que de adulto era tan diferente a ella. Con él que tantos enfados tuvo, por tonterías, o quizá no era por esas tonterías, sino por algo tan importante como no sentirse querida. Con el que se reconcilió muchas veces, pero nunca del todo. La paz cada vez se alcanzaba con más dificultad. Al final distancia, frialdad, temor a encontrarse por la posibilidad de un nuevo enfrentamiento, y la rabia por haberle perdido. Le echaba de menos.
Su padre que trataba de protegerla, sin saber muy bien cómo y seguramente demasiado. Alicia nunca creyó que la comprendiera. No dudaba de que la quería, pese a lo poco que lo expresaba. No daba muchos besos, no decía muchas palabras de cariño. En general, no decía mucho. Hablaban poco se comunicaban menos. Y cuando hablaron, siendo Alicia ya adulta, no fue bien. Esas reuniones de familia que acababan en grandes disgustos. Las broncas con ella, con el que fue su novio, y luego su marido, ahora su ex. Le dio un disgustó cuando se casó, y le dio otro cuando se divorció, dos años después de que naciera Ana. Después su enfermedad, la que se lo llevó. Ni aun así se acercaron. Alicia solo pudo expresarle un cariño frío. Solo a solas ha salido su dolor.  
Suena el horno. Alicia se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos. Trató de serenarse tenía que ir a buscar a Ana.

Madre e hija llegan a casa. Ana, al ver el pastel, se alegra tanto como esperaba Alicia. ¡Cómo disfruta comiéndolo! Alicia prueba un poco del pastel…y esta vez sí ocurre, está vez vuelve a su infancia...

Es una tarde fría, y eso hacía más agradable el calor de casa. Cerca del horno, la taza de cacao quema ¡Se está tan bien! Y tengo una sensación de magia, de ilusión: ¡Mamá ha hecho pastel!
Mi hermano está comiendo a lo bruto, haciendo el payaso. Qué tonto es y cuanto me rio con él. Mamá nos regaña: dice que comamos con cuidado, como las personas. Pero se la ve feliz de que nos guste tanto. Coge un pedacito pequeño; solo lo quiere probar.
La puerta de casa se abre. Papá llega a casa. Ya estamos todos, la familia al completo. No puede ser más perfecto. Papá, con su voz ronca, pregunta si no le vamos a dejar nada. Yo que estoy ya repitiendo, le doy lo que me queda de mi segunda porción. Él lo come, pone cara de que le gusta mucho y utiliza una vez más aquella frase suya de si tú madre pusiera un restaurante…
Unas horas después estamos todos en el salón viendo una película. Mi hermano pide algo de cena, dice que tiene hambre. Estoy  segura de que no, que es parte de su espectáculo. Papá dice que ese niño les va a arruinar. Mamá le hace un sándwich. Pido otro, no quiere ser menos. El mío de jamón y queso. Solo consigo comer la mitad, haciendo un esfuerzo. Es ya tarde, mi padre dice que nos acostemos. Me quejo un poco porque estoy muy a gusto, pero también es verdad que estoy muy cansada. Me voy a la cama y me duermo enseguida.

Calidez, dulzura. Sabor de algo que llenaba. Lo disfrutó con despreocupación, sin ningún temor a perderlo: la forma más pura de disfrute, pero que no valora lo que está viviendo.

 “Hola mamá. ¿Qué tal estás?...Ana está bien, sí, aquí comiendo pastel, el pastel que tú me enseñaste a hacer cuando era niña, ¿recuerdas?…mamá pronto iremos por allí…a casa”. 

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