-“Eres tonta” – le dije a mamá. Tonta. Me suena muy fuerte
ahora. Me duele. No recuerdo haber sido un niño malo. Tampoco rebelde. Pero esa
tarde me había enfadado mucho. Estaba rabioso. Me había enseñado el traje. El que quería que
llevara en la boda de la prima Mónica. Yo no estaba dispuesto. No y no. Me
negaba con todas mis fuerzas. No pensaba ponerme eso. Había asumido que tenía
que ir a esa boda. No es que quisiera, por supuesto, iba a ser un rollo. Pero,
después de mostrar mi oposición, había transigido; me pareció que debía ceder. Eso
sí, pensaba llevar mi camiseta de la liga de la justicia. Imagino que me parecía
que de ese modo establecía cierto equilibrio. Y más importante: quería presumir
de esa camiseta, la única prenda de la que me sentía orgulloso. Pero con ese
traje no. Nunca. Estaría ridículo, además de muy incómodo. Los primos de mi
edad se reirían. El primo Juan, se lo contaría a todos en el colegio. Hasta
puede que les mostrara fotos.
Pero no era eso lo que me había hecho decir tonta, un grave
insulto para un niño de diez años, en aquel tiempo al menos. El problema no era sólo que quería que me pusiera algo que no me gustaba, algo que entra en la
normalidad de la relación de un niño y su madre. Lo que más me irritaba era que
ese traje me parecía caro. Puede parecer extraño que a esa edad tuviera
capacidad para tasar un traje. Pero ya entonces había aprendido a distinguir lo
caro de lo barato. Lo que estaba dentro de mis posibilidades, es decir, lo que
podía llegar a comprar mi madre, de lo que estaba fuera de alcance. Ya había
asumido que no podía tener muchas de las cosas que me gustaban. No me quejaba.
Ni siquiera pedía mucho. Sabía y veía lo que mi madre trabajaba, me daba cuenta
de que si algún gasto no imprescindible se hacía en casa era por mí. Y
además recibía algún buen regalo de los abuelos, de vez en cuando. Como la
camiseta de la liga de la justicia. Y ahora ella se había gastado mucho dinero,
lo que yo consideraba mucho dinero, lo suficiente para comprar algo que me
hubiera hecho ilusión, en eso. Esa tontería. Tonta. Ella que siempre me había
dicho que la apariencia no era lo importante. Mentirosa.
- Marcos, escúchame. Ya se que te he dicho muchas veces que
la apariencia no es lo importante. Pero a veces…- Ella no quería obligar,
aunque alguna vez lo hacía. Cuando se sentía satisfecha era cuando convencía, o
creía convencer. – Tu podrías ir con tu camiseta preferida y yo en vaqueros, y
seríamos más nosotros mismos, es verdad. Pero a veces, hay que mostrarse ante
los demás de una determinada manera para conseguir un propósito. Un buen
propósito. A veces se necesita algo especial para causar el impacto que se
desea ¡Cómo los superhéroes! Los superhéroes tienen que ponerse un traje que a
veces es muy extraño, a veces muy ridículo, o a mí me lo parece…pero funciona. Es
algo que tiene muy poco que ver con lo que son cuando no son superhéroes, que
no se podrían para ir a comer una hamburguesa o tomar algo con los amigos, pero
que necesitan cuando son héroes, porque dice “aquí estoy, soy especial, soy
extraordinaaario”. Por eso necesitamos tu traje, y un vestido para mí. Sí,
también algo para mí. Como Wonder Woman. Vamos a ser superhéroes en esa boda. Vamos
a causar impacto. Nos mirarán y dirán “¡Vaya! ¡Fíjate en esos dos!”. Claro que
nosotros sabemos que somos los mismos con cualquier ropa. Pero ellos nos verán
diferente, nos pensarán diferente. Ya, ya sé que te digo que no hay que
preocuparse de la opinión de los demás. Que nosotros estamos bien. Aunque no
presumamos de viajes, de fiestas, quizá estamos mejor que ellos. Lo pasamos
bien, nos reímos mucho. Pero esta vez, por una vez, me gustaría que nos mirarán
distinto. Qué no lo hicieran con lástima, como suelen. Con su mirada de ¡pobrecitos!
No, quiero sorprenderlos. Quiero que brillemos. Que los que nos tienen cariño
se alegren. Y los demás rabien de enviiidia. Quiero presumir, sólo está vez.
Presumir de niño guapo. Quiero que nos vean fuertes, poderosos. Como héroes. Los
dos formando equipo.
-Pero bueno -mamá se sentó.- No sé, quizá, sí sea tonta,
quizá es una bobada mía. No sé…iremos como quieras. Pero iremos. Por favor,
Marcos. Tenemos que ir. No quiero que parezca que nos escondemos, que no
queremos mostrarnos porque nos va mal. Sé que algunos lo esperan. Estaremos, y
daremos la mejor imagen, aunque sea sin supertrajes.
Mamá no me obligaba. No si podía evitarlo. Hubiera preferido
que lo hiciera esa vez. Me hubiera dado una salida fácil. Mucho más fácil que decirle
que sí, que me había convencido. Eso lo veía como una forma de derrota para un hijo.
Me había convencido, aunque no la comprendía bien. Sí que había comprendido que
para ella era muy importante, aunque no entendía por qué. Tampoco veía que el
traje o su vestido nos ayudaran mucho. Pensaba que daría una imagen falsa y
además peor de nosotros. Pero ella estaba segura de que nos vendrían muy bien. Y
si le decía que no al traje, sabía que ella lo aceptaría, pero se pondría triste y
no disfrutaría de la boda, aunque de todos modos intentaría pasárselo bien, se
esforzaría para que yo me divirtiera. Y lo de verse como un héroe, me había
gustado claro. Tramposa ¿Por qué me hacía decidir a mí? Yo era un niño. Que me
obligara y ya está. Que tuviera valor para cumplir su papel de madre. Cobarde.
-Total, ya los has comprado. Ya la tontería está hecha. El
dinero perdido. No lo vamos a tirar sin poner. Tendré que llevarlo a ese rollo
de boda. Tendré que hacer el ridículo ¡muchas gracias! – Se lo dije a la hora
de la cena. Creo que fue una buena salida. Aceptación forzada. Claro que
entonces ya sabía que hubiera podido devolverlo. Pero bueno…podía pasar. Mamá
me permitió mantener la dignidad. Me preguntó: - ¿Seguro? – pero no comentó la
posibilidad de devolución. Me lo agradeció con gran sonrisa. Me dio un beso,
que yo recibí con muy mala cara.
Recuerdo claramente esa boda, y es un buen recuerdo. Mamá
estaba muy guapa. Muy pocas veces la he visto así en toda mi vida. Nunca hasta
entonces. Bien vestida, bien peinada y maquillada. Muy guapa. Tengo fotos, no
sólo lo digo de memoria. Y en esas fotos me veo bien. Supongo que me aburrí, no
podía ser un día muy divertido para mí; seguro que deseé volver a casa con mis
comics. Pero lo que más recuerdo es que me sentía bien. Yo era un héroe, esa
boda una misión. Y tenía mi traje especial. Hasta llegue a cogerle cierto
cariño. Le pegué un fuerte empujón a un primo que amenazó con mancharlo.
No recuerdo haber vuelto a llevar ese traje. Se quedó
pequeño enseguida. No sé que haría mamá con él. Si lo vendió o lo regaló. Sí
guardo algunos otros de mis supertrajes, de mi ropa de superhéroe. Siempre que
me visto de una manera especial, siempre que cambio mi imagen habitual para
conseguir algo, para ayudarme a sentirme más fuerte, más seguro, recuerdo esa
boda, recuerdo aquel traje y aquel vestido. Recuerdo a mamá.
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